miércoles, 30 de junio de 2010

Tardes Felices, Sonrisas Gratis

Hoy casi me roban (A nadie sorprende). Hoy mi amigo Gustavo me dijo que me pasaría buscando y no llego a tiempo (Nada nuevo, tampoco) pero, en vez de esperarlo, resignándome a llegar a tarde, decidí irme a pie. Mi mejor amigo tenía media hora esperándome en las mercedes, no podía seguir esperando a Gustavo, y los malandros que me estaban siguiendo se habían marchado. Si hay algo que odio en Caracas es el centro comercial Tolon: pequeño, asfixiante, muy alejado de la estación de metro, lleno de “faranduleros” que, aunque no tengo nada contra ellos, se ven casi todos iguales (perturbador). Podría decir que lo único que me gusta de el Tolon son el cine 3D y, anteriormente, los carteles de Loony toons que se asomaban en el techo.

En fin, esta vez no iba al Tolon (Gracias a Dios) si no a la plaza Alfredo Sadel, a ver el partido de Portugal-España. Realmente no me importa el futbol, pero me encanta lo que logra hacer con la gente. Me gusta como une a las personas, me gusta porque es una alternativa de ocio fenomenal, es una excusa para ver a los amigos, joder y tomarse unas birras. Tampoco le iba a ninguno de los dos equipos, fui por las razones anteriores y para ver si el destino me regalaba unos besos.

(El párrafo anterior es una introducción estúpida, pero sirve para situarnos en el ambiente) Lo que me inspiro a escribir este relato (lo que obligo a mi cabeza a repetir millones de veces –tengo que escribir esto, tengo que escribir esto-) fue un vendedor de barras nutritivas que conocí en la camionetica de Chacaíto a las Mercedes. No tenía una pierna (aunque no lo crean, es un dato muy irrelevante en la historia), tenía los ojos grandes y gritaba con orgullo: “Permiso que voy sin frenos” y “¡Mochos al poder!”.

-Muy buenos días señores- dijo el mocho al abordar, con la muleta debajo de su axila y con un saco de mercancía en el otro brazo- ¡Buenos Días! ¡No escucho!

-Buenos días – dijimos algunos, obstinados, mientras pensábamos: Que ladilla, otro más.

El mocho comenzó a ofrecer a cada pasajero un combo de 3 barras nutritivas de yogurt, miel y avena y otro sabor que no recuerdo.

-Toma galán, que me estas quitando el producto con los ojos.

La gente comenzó a sentir la energía positiva que transmitía el mocho, debido a las ocurrencias que recitaba con su enorme sonrisa. Empezaron a hacerle preguntas, lanzarle bendiciones y a bromear con él. En el autobús se vivió un ambiente de confianza, de complicidad. Era una sensación tan agradable, como cuando nos encontramos sorpresivamente con un viejo amigo, una alegría sencilla, corta pero muy significativa.

-Toma chica- me dijo – y no me lo rechaces, que tú sabes que eres toda light ¡Qué bonita!

-No gracias – dije con una gran sonrisa – pero, GRACIAS.

Me encantó que me dijera bonita, lo confieso, hacía mucho tiempo que nadie me lo decía. No me importa si fue una táctica (obviamente) para venderme sus extraños dulces, no me importa, puedo decir que este señor fue el gran trozo de felicidad de mi tarde. Cuando se dirigió a los asientos del final, no quise voltear, no quise que se sintiera observado, pero cerré los ojos y por varios segundos me dedique enteramente a oír su voz:


-Señora en esta vida hay que saber de todo ¿sabe? yo no sé que dice aquí, esto está en el ingles, pero bueno yo le resuelvo ¡deme acá!;

-¡Agárrense los bolsillos que voy pasando por los riales!;

-No todo puede ser chocolate, también hay que darle dulces pa’ los diabéticos, el de yogurt es el más solicitado;

-Señora, por favor, quítese esa palabra de la boca, deje de decir no tengo. Diga que no me quiere comprar, pero usted tiene de todo, usted esta bendecida por Dios… y yo también.


Me habría encantado abrazarlo, decirle cuan feliz hizo mi viaje, o tan solo comprarle una de sus barras. Pero, lamentablemente soy muy tímida para hacerlo… y no tenía más que los 2 bolívares fuertes del pasaje en la cartera.

domingo, 27 de junio de 2010

El miedo y el masoquismo van de la mano

- Me tiene trastornado, el sonido. Cada taconazo es un estruendo y me pongo a llorar. A llorar, mariquisimo, cuando lo que quiero es gritar.

-¿Los aguja? ¿Con plateado?

-Todos. Se oyen tac-tac-tac… infinitos los dolores de cabeza.

-¿Y por qué no te mudas? ¿Por qué no te vas?

-Porque es peor no oírlos.

martes, 8 de junio de 2010

Los hijos son la alegría de la vida

Aquella noche de verano el cielo estaba oscurísimo y nublado. Un viento helado se aproximaba desde el este, y en casa de los Hernández casi acaban los preparativos. José asegura las ventanas y la puerta trasera, mientras María se encarga de colocar los alimentos en cajas de cartón. Los cuadros han sido descolgados, los objetos de vidrios envueltos en periódico y ya acondicionaron el sótano con colchones, linternas y el botiquín de primeros auxilios. El viento se intensifica y comienza resoplar aun más fuerte, tanto que azota los gabinetes de la cocina. José se acerca, con aspecto cansado y apoya su mano sudorosa sobre el hombro de María:

-¿Qué mas falta?- preguntó José, jadeante.

-Que llegue la niña.

Eran las 11:30 de la noche, y los Hernández solo recibían noticias sobre la tormenta. En el noticiero, recomendaban trasladarse a los refugios y mantener la radio encendida, mediante el uso de pilas, ya que también pronosticaban fallas eléctricas. Los ojos de María se inundaron al ver la puerta principal sin tranca:

-¡Llámala de nuevo! –dijo. Sus manos temblaban cuando le ofreció el teléfono a José.

La tormenta arribó por fin en los suburbios de Florida. El sillón comenzó a moverse y la lámpara de araña cayó sobre la mesa del comedor. Se escuchaban al unísono los gimoteos de los Hernández y los crujidos de la madera, los gritos y los relámpagos.

La madrugada siguiente, llegó una joven con aspecto desfachatado, con los ojos desorbitados y los cabellos despeinados. Entró a la casita, ahora sin puerta, y se adentro hasta el salón. Observó dos cuerpos inmóviles yaciendo bajo una enorme viga de madera. Impresionada, se alejó del recinto. Escuchó la voz de su madre por última vez: “No te vayas, ayer pronosticaron una tormenta”.

martes, 1 de junio de 2010

Antihéroe

A Graciela, mi fiel lectora:

Tú me consideras un héroe, querida amiga, pero déjame decirte que nunca has estado más equivocada. No habría tenido la oportunidad de salvar a tu compañera sino hubiese sido el culpable de su desgracia. La suma de dinero que me ofrecía era más de lo que podía soñar, y no resistí, le vendí las drogas. Horas más tarde, la vi tirada en el baño, llena de vomito espeso y amarillento, cubierta por el cuerpo de una mujer que no paraba de gritar. No tuve más remedio que llevarla a urgencias y llamarte enseguida.

Mi psicólogo tiene razón, a pesar de todo la salvé, pero
¿Cuántas otras vidas no habré desgraciado?